Mi padre: ese querido desconocido

Recuerdo su cara, sus ojos oscuros , grandes, brillantes que podían atravesarte con una mirada. Su voz ronca, lista para la alabanza y para la crítica. La ternura de sus manos grandes y ásperas después de mucho trabajar en el taller de la fábrica. Recuerdo verme sentada en sus rodillas, celebrando su regreso y tocando con mis pequeñas manos su rostro, mientras titubeante trataba de decir todas y cada una de las partes de su cara morena, sonriente:
 
¿Cómo se llama esto?- me preguntaba mi madre expectante.

"Titi..."- respondía yo enseguida. Claro que me entendían, quería decir nariz, por supuesto.

Ellos asentían entusiasmados intercambiando miradas de complicidad y orgullo mal disimulado.
Y entre acierto y error, risas y cosquillas nos pasábamos aquellos preciosos minutos. Porque después papa tenía que cenar y nosotros teníamos que ir a la cama.

Y me sentía tan feliz. Porque sentía mi corazón pequeño inundado de luz y  satisfacción por haber demostrado mi sabiduría infantil de tres años y medio.

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